Con el
nacimiento del Bebé en Belén, surgió una magna investidura, un poder más
grande que las armas, una riqueza más
duradera que la de las monedas de César, pues ese niño estaba destinado a ser
el Rey de reyes y Señor de señores, el Mesías prometido,
sí, el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. (El Ejemplo del Maestro, Liahona
enero 2003, Pág. 4).
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