
Demasiadas
veces somos personas obstinadas; por lo tanto, que el mensaje que el Salvador
tiene para cada uno de nosotros es que nuestra ofrenda, al igual que la de Él,
sea “un corazón quebrantado y un espíritu contrito” (véase 3 Nefi 9:20; D. y C.
59:8). Debemos despojarnos de nuestros deseos egoístas y llorar por nuestros
pecados y por los del mundo. Debemos rogar a los demás que se sometan a la
voluntad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. No hay otra forma. Sin
compararnos demasiado con Él, porque eso sería sacrilegio, sepan que la copa
que no puede pasar es la copa que llega a nuestra vida al igual que llegó a la
de Él. Se recibe en una escala mucho menor, en mucho menor medida, pero la
recibimos las veces necesarias para enseñarnos que tenemos que obedecer, sin
importar las consecuencias. (Enseñando, Predicando, Sanando,
Liahona enero 2003, Pág. 22).
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