Si
pueden infundir en sus alumnos el deseo de contraer un compromiso principal en respuesta al
incomparable sacrificio del Salvador por ellos: el pago por sus transgresiones
y Su dolor por sus pecados, traten por todos los medios de que sea el de la
necesidad de obedecer y de someterse en sus momentos de tribulación “a la
voluntad del Padre” (versículo 11), cueste lo que cueste. No lo harán siempre,
como ustedes y yo no siempre lo hemos hecho, pero debería ser su meta, debería
ser su objetivo. Lo que Cristo parece estar más ansioso por recalcar sobre Su
misión, más allá de las virtudes personales, los magníficos sermones e
inclusive más allá de las sanidades, es que Él sometió Su voluntad a la del
Padre.
Demasiadas
veces somos personas obstinadas; por lo tanto, que el mensaje que el Salvador
tiene para cada uno de nosotros es que nuestra ofrenda, al igual que la de Él,
sea “un corazón quebrantado y un espíritu contrito” (véase 3 Nefi 9:20; D. y C.
59:8). Debemos despojarnos de nuestros deseos egoístas y llorar por nuestros
pecados y por los del mundo. Debemos rogar a los demás que se sometan a la
voluntad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. No hay otra forma. Sin
compararnos demasiado con Él, porque eso sería sacrilegio, sepan que la copa
que no puede pasar es la copa que llega a nuestra vida al igual que llegó a la
de Él. Se recibe en una escala mucho menor, en mucho menor medida, pero la
recibimos las veces necesarias para enseñarnos que tenemos que obedecer, sin
importar las consecuencias. (Enseñando, Predicando, Sanando,
Liahona enero 2003, Pág. 22).
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