Quiero contarles de una mujer que creció en una habitación llena de oscuridad; la llamaré Jane.
Desde que Jane tenía tres años, constantemente la golpeaban, menoscababan y maltrataban; la amenazaban y ridiculizaban. Despertaba cada mañana sin saber si sobreviviría hasta el día siguiente. Quienes debieran haberla protegido eran los que la torturaban y permitían que el maltrato continuara.
Para protegerse, Jane aprendió a dejar de sentir. Como no tenía esperanzas de ser rescatada, se endureció contra el horror de su realidad. En su mundo no había luz, así que se resignó a la oscuridad. Con una insensibilidad que sólo puede resultar del constante e implacable contacto con el mal, aceptó el hecho de que en cualquier momento podía perder la vida.
Entonces, a los 18 años, Jane conoció La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. El gozo y la esperanza del Evangelio restaurado penetraron su corazón y aceptó la invitación de bautizarse. Por vez primera, la luz entró en su vida y vio un camino radiante ante ella. Dejó la oscuridad de su mundo y decidió irse a estudiar lejos de la persona que la maltrataba. Al fin se sintió liberada del ambiente oscuro y maligno, libre para disfrutar de la dulce paz y la sanación milagrosa del Salvador.
Sin embargo, años después, cuando la persona que la maltrataba ya había muerto, los terribles sucesos de su juventud volvieron a atormentarla. La tristeza y el enojo profundos amenazaban destruir la maravillosa luz que había hallado en el Evangelio. Se dio cuenta de que, si permitía que la oscuridad se apoderara de ella, su torturador tendría la victoria final.
Buscó consejo profesional y ayuda médica y comenzó a darse cuenta de que, para ella, el mejor camino para sanar era comprender y aceptar que la oscuridad existe, pero no para permanecer en ella, porque sabía que la luz también existe y eso es en lo que decidió concentrarse.
Dado su oscuro pasado, fácilmente podría haberse vuelto vengativa, mala e incluso violenta; pero no fue el caso. Resistió la tentación de esparcir la oscuridad con actitudes violentas, dañinas o cínicas y, por el contrario, se aferró a la esperanza de que podía ser sanada con la ayuda de Dios. Escogió irradiar luz y dedicar su vida a ayudar a los demás. Esa decisión le permitió dejar el pasado atrás y dirigirse hacia un glorioso y brillante futuro.
Se convirtió en maestra y, actualmente, décadas después, su amor ha influido en la vida de cientos de niños, ayudándolos a saber que son valiosos y que son importantes. Ha pasado a ser una infatigable defensora de los débiles, las víctimas y los desanimados. Edifica, fortalece e inspira a todas las personas que la rodean.
Jane aprendió que la sanación llega cuando nos alejamos de la oscuridad y caminamos hacia la esperanza de una luz más brillante. Al aplicar la fe, la esperanza y la caridad, no sólo transformó su propia vida, sino que además bendijo para siempre la vida de muchísimas otras personas. (La esperanza de la luz de Dios, Liahona Mayo 2013, pág. 70,75)
No hay comentarios:
Publicar un comentario