La luz se allega a la luz
Puede que haya algunos de ustedes que sientan que los invade la oscuridad; quizás se sientan agobiados por la preocupación, el miedo y la duda. Para ustedes y para todos nosotros, repito una verdad hermosa y certera: la luz de Dios es real. ¡Está a disposición de todos! Da vida a todas las cosas1. Tiene el poder para atenuar la punzada de la herida más profunda; puede ser un bálsamo sanador para la soledad y la enfermedad de nuestra alma. En los surcos de desesperación, puede sembrar las semillas de una esperanza más resplandeciente. Puede alumbrar los valles de dolor más profundos, iluminar el sendero que tenemos por delante y guiarnos a través de la más oscura noche hasta llegar a la promesa de un nuevo amanecer.
Éste es “el Espíritu de Cristo” que “da luz a todo hombre que viene al mundo”2.
No obstante, la luz espiritual rara vez viene a quienes simplemente se sientan en la oscuridad a esperar que alguien mueva un interruptor. Se requiere un acto de fe para abrir los ojos a la luz de Cristo. La luz espiritual no puede discernirse con los ojos carnales. Jesucristo mismo enseñó: “Soy la luz que brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprenden”3. Porque “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”4.
Entonces, ¿cómo abrimos los ojos a la esperanza de la luz de Dios?
Primero: Empiecen donde están.
¿No es maravilloso saber que no tenemos que ser perfectos para recibir las bendiciones y los dones de nuestro Padre Celestial? No tenemos que esperar a cruzar la línea de llegada para recibir las bendiciones de Dios. De hecho, los cielos empiezan a abrirse y las bendiciones del cielo comienzan a destilar sobre nosotros tras los primeros pasos que damos hacia la luz.
El lugar perfecto para empezar es exactamente donde están ahora. No importa cuán incapaces crean que son ni cuán rezagados se sientan con respecto a otras personas. En el preciso momento en que empiecen a buscar a su Padre Celestial, la esperanza de Su luz comenzará a despertar su alma, a darle vida y a ennoblecerla5. Quizá la oscuridad no se disipe de golpe, pero así como la noche siempre cede ante el amanecer, la luz vendrá.
Segundo: Vuelvan su corazón hacia el Señor.
Eleven su alma en oración y explíquenle a su Padre Celestial qué es lo que sienten. Reconozcan sus debilidades. Derramen su corazón y expresen la gratitud que sienten. Háganle saber por las pruebas que están pasando. Ruéguenle, en el nombre de Cristo, que les dé fortaleza y ayuda. Pidan que sus oídos sean abiertos para que escuchen Su voz; pídanle que sus ojos sean abiertos para que vean Su luz.
Tercero: Anden en la luz.
Su Padre Celestial sabe que cometerán errores; sabe que tropezarán, quizás muchas veces. Eso lo entristece, pero Él los ama. Él no desea quebrantar el espíritu de ustedes, sino todo lo contrario, desea que se levanten y lleguen a ser la persona que se planeó que fueran.
Para ese fin Él envió a Su Hijo, para que iluminara el camino y nos mostrara cómo superar de forma segura los tropiezos que encontremos en nuestro sendero. Nos ha dado el Evangelio, que enseña el camino del discípulo, que enseña qué cosas debemos saber, hacer y ser para andar en Su luz, siguiendo el ejemplo de Su Hijo Amado, nuestro Salvador.
La luz supera la oscuridad
Sí, cometeremos errores.
Sí, flaquearemos.
Pero al procurar amar más a Dios y esforzarnos por amar a nuestro prójimo, la luz del Evangelio nos rodeará y nos elevará. La oscuridad ciertamente se desvanecerá, porque no puede existir en la presencia de la luz. Al acercarnos a Dios, Él se acercará a nosotros6; y día a día, la esperanza de la luz de Dios crecerá en nuestro interior “más y más resplandeciente hasta el día perfecto”7.
A todos los que sientan que andan en tinieblas, los invito a confiar en la promesa segura que hizo el Salvador de la humanidad: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”8. (La esperanza de la luz de Dios, Liahona Mayo 2013, pág. 75-76)
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