Si en verdad buscamos a
nuestro Señor y Salvador, ciertamente le hallaremos. “Él viene a nosotros como
alguien desconocido, sin nombre, como cuando en la antigüedad, caminando por la
playa, acudió a los hombres que no le conocían, y nos dice las mismas palabras:
‘Sígueme tú’, y nos asigna las tareas que Él tiene que cumplir en nuestra
época. Él manda, y a los que obedecen, siendo sabios o sencillos, se les
revelará en las labores, en los conflictos, en los sufrimientos que padezcan a
lo largo de la relación que mantengan con Él, y... aprenderán por experiencia propia
quién es Él”. (El Ejemplo del Maestro, Liahona enero 2003, Pág. 7).
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