Todos anhelamos la paz. La paz no es simplemente seguridad o que no haya
guerra, violencia, conflictos ni contención. La paz viene del conocimiento de
que el Salvador sabe quiénes somos, sabe que tenemos fe en Él, que lo amamos y
guardamos Sus mandamientos, aun y especialmente durante las devastadoras
pruebas y tragedias de la vida. La respuesta del Señor al profeta José Smith en
la cárcel de Liberty trae solaz al corazón:
"Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no
serán más que por un breve momento;
"y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará".
Recuerden que "Dios no es Dios de confusión, sino
de paz". Para quienes rechazan a Dios no hay paz. Todos participamos en
los concilios de los cielos que nos aseguraron el albedrío moral, sabiendo que
habría dolor en la tierra e incluso tragedias atroces por causa del abuso del
mismo. Entendimos que eso podría causar que nos enojáramos o que estuviéramos
confundidos, indefensos y vulnerables; pero también sabíamos que la expiación
del Salvador vencería y compensaría toda injusticia de la vida terrenal y nos
brindaría paz. El élder Marion D. Hanks tenía una cita de Ugo Betti enmarcada
en la pared: "Creer en Dios significa saber que todas Sus leyes son
justas y que al final nos esperan hermosas sorpresas". (“Paz personal: La recompensa a la rectitud”,
Liahona Mayo 2013, pág. 33-34)
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