Élder Quentin L. Cook, Del Quórum de los Doce Apóstoles

El humillarnos ante Dios, orar siempre, arrepentirnos de nuestros pecados, entrar en las aguas del bautismo con un corazón quebrantado y un espíritu contrito, y convertirnos en verdaderos discípulos de Jesucristo son profundos ejemplos de la rectitud que se recompensa con paz perdurable. Después de que el rey Benjamín hubo pronunciado su conmovedor mensaje sobre la ex­piación de Cristo, la multitud cayó a tierra. "El Espíritu del Señor descendió sobre ellos, y fueron llenos de gozo, habiendo recibido la remisión de sus pecados, y teniendo paz de concien­cia a causa de la gran fe que tenían en Jesucristo". El arrepentimiento y el vivir rectamente permiten que tengamos paz de conciencia, que es crucial para estar contentos. Cuando ha habido una transgresión grave, se requiere una confesión para que haya paz. Quizá nada se compare a la paz que recibe el alma destrozada por el pecado al depositar sus cargas en el Señor y reclamar las bendiciones de la Expiación. Como lo expresa otro himno favorito de la Iglesia: "Mis faltas a Sus pies pondré, y gozo me dará".   (“Paz personal: La recompensa a la rectitud”, Liahona Mayo 2013, pág. 34)

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