El humillarnos ante Dios, orar siempre, arrepentirnos de nuestros
pecados, entrar en las aguas del bautismo con un corazón quebrantado y un
espíritu contrito, y convertirnos en verdaderos discípulos de Jesucristo son
profundos ejemplos de la rectitud que se recompensa con paz perdurable. Después
de que el rey Benjamín hubo pronunciado su conmovedor mensaje sobre la expiación
de Cristo, la multitud cayó a tierra. "El Espíritu del Señor descendió
sobre ellos, y fueron llenos de gozo, habiendo recibido la remisión de sus
pecados, y teniendo paz de conciencia a causa de la gran fe que tenían en
Jesucristo". El arrepentimiento y el vivir rectamente permiten que
tengamos paz de conciencia, que es crucial para estar contentos.
Cuando ha habido una transgresión grave, se requiere una confesión para que
haya paz. Quizá nada se compare a la paz que recibe el alma destrozada por el
pecado al depositar sus cargas en el Señor y reclamar las bendiciones de la
Expiación. Como lo expresa otro himno favorito de la Iglesia: "Mis faltas
a Sus pies pondré, y gozo me dará". (“Paz
personal: La recompensa a la rectitud”, Liahona Mayo 2013, pág. 34)
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